EL TAROT PARTE IV
el Tarot como saber psicológico.
Desde la perspectiva moderna, asociado a la historia de la Filosofía en Occidente, el Hermetismo se concibe como el compendio de conocimientos atribuidos a uno de los primeros y más importantes sabios de la antigüedad Egipcia, que por su lejanía en el tiempo así como por la complejidad y características de los conocimientos a él asociados, ha sido fuente de incontables interpretaciones, en ocasiones en reconocimiento de un gran valor en sus enseñanzas, así como en detrimento de su legado.
La razón de ser de esta múltiple significación, radica en que sus enseñanzas fueron codificadas en una simbología de contenido altamente abstracto que se ajustaría más a las definiciones de la reciente disciplina denominada “semiótica”. Dichos conocimientos, que algunos consideran fundamento irrefutable de la ciencia moderna, también abarcan un amplio campo temático, que va desde la naturaleza física hasta el plano de la mente humana, la conciencia y el alma como conceptos metafísicos y trascendentales. Para la trasmisión de sus enseñanzas, el Hermetismo como “saber” (“Saber y conocer) se fundamente en un código “visual” – “imaginal”, que recoge y sintetiza esta “semiótica” antes referida, como un libro gráfico, compendio de tablas o páginas sueltas, que pueden ser agrupadas y sistematizadas a la luz de diversos criterios, y ajustarse a las necesidades cognoscitivas propias de los estados de conciencia que este mismo código integra y simboliza.
Este código, conocido como Tarot, libro de Tot o libro de la Rota o del Camino Real, posee una estructura numerológica que puede observarse a partir de siete principios herméticos. (Mentalismo, Correspondencia, Vibración, Polaridad, Causalidad, Ritmo y Género). Así desde la perspectiva monista, el Tarot como unidad de sentido es el relato lineal de la expansión de la conciencia hacia su testimonio siempre creciente y todo abarcador del atributo supremo del amor, como único fundamento constitutivo de la realidad. Desde la perspectiva dualista, esta realidad única del amor se vislumbra a través de la operatividad de dos fuerzas elementales, la contracción y la expansión. Desde la perspectiva trinitaria, la conciencia única del amor se vislumbra como temporalidad: antes, ahora y después. Desde la perspectiva cuaternaria el libro del Tarot integra los cuatro elementos alquímicos, fuego, tierra agua y aire; desde la perspectiva quíntuple a estos cuatro elementos se añade la conciencia volitiva humana. Desde la séxtuple se puede vislumbrar la división del libro del tarot entre los tres tipos de figuras principales, arcanos mayores, cortesanos y arcanos menores, añadiendo a cada una de estas partes la estructura dual correspondiente a la energía expansiva y la contractiva. Igualmente desde la perspectiva séptuple se pueden equipara las tres series de siete arcanos mayores, asociadas a los siete principios herméticos referidos y explicados en el libro conocido como Kybalión.
Desde los diez dígitos de los arcanos menores, propios de la numerología arábiga, heredera de este mismo saber, tanto como desde la epistemología elemental configurada por las características de las cuatro energías primordiales o estados físicos de la naturaleza, asociados a cada uno de los elementos referidos, mediante este contenido se construye la base de los conocimientos alquímicos devenidos en la ciencia moderna denominada “Química”, cuyo primer precedente y fundamento radica en estas enseñanzas herméticas.
Entre algunas corrientes de la filosofía moderna, algunos historiadores y antropólogos así como distinguidos y renombrados ocultistas, reconocen el saber hermético como origen de las ciencias y conocimientos modernos que van desde la geometría, las matemáticas, la alquimia, la astrología y la psicología. De entre estas últimos sobresalen las aportaciones de Yung y sus estudios sobre el Tarot y los arquetipos, así como posteriormente los trabajos de Crowley, Gurdjeff, Ichazo, Jodorowski, Takata, Castaneda, Oysho, Chopra, Coello, Cambpell, Elíade, Guenon, Corvin, Durand, Bachellard, Said, Hixon, Chittick, Muzafer, Násr, Nichols y Greene entre muchos otros.
Sin embargo, como referido anteriormente, debido al alto nivel de abstracción contenida en las enseñanzas herméticas, frecuentemente se han elaborado y difundido interpretaciones muy limitadas. Por esta misma razón es que su esencia apenas logró trascender las concepciones civilizatorias temporales y limitadas, primordialmente a través de su representación gráfica, visual. Esta cualidad de alta abstracción, traducida frecuentemente en ambigüedad interpretativa constituye su mal referido carácter de saber esotérico, que ha sido explicado como aquello que no puede ser comprendido abiertamente, sino que requiere una metodología o “clave interpretativa” para su desciframiento y comprensión, siendo esta clave trasmitida solo a aquellos que satisfacen ciertos requisitos, bajo la suposición de que solamente un núcleo cerrado es poseedor de dicha clave, la cual es trasmitida preferencial y discriminatoriamente a una élite, dispuesta a comprometerse a preservarla en absoluta confidencialidad, por lo cual su documentación y registro queda completamente vetado, siendo su trasmisión posible única y exclusivamente mediante la vía oral y memorística.
No obstante, a la luz de las doctrinas místicas el saber hermético se contrapone al sentido de exclusividad que desde la interpretación racionalista se asocia a las élites y cofradías cerradas, para concebirse su “comprensibilidad” más bien a través de un “hacer” o “praxis”, que constituiría una base “experiencial” que posibilita la correcta interpretación del referido saber altamente abstracto. Desde este punto de vista se hace más claro que las claves interpretativas del conocimiento simbólico requieren primeramente una vivencia antes que una inteligencia, es decir una experiencia antes que un argumento, lo que se ha referido como “praxis” que precede y fundamenta la “gnosis”. Así el Hermetismo evoca una múltiple significación que puede ser comprendida desde las humanidades modernas, en una triple acepción, como concepto, como categoría y como epistemología. El hermetismo como concepto constituye un ámbito de saber asociado a las enseñanzas del sabio Egipcio Hermes Trimegisto. Como categoría, el hermetismo integra al conjunto de conocimientos representados frecuentemente mediante una simbología abstracta cuya explicación oral se transmite restrictivamente entre miembros de agrupaciones de estudio o “cofradías” exclusivas, comprometidos con un código conductual determinado, asociado a un compromiso de preservar en secreto los conocimientos recibidos. Como epistemología, el hermetismo constituye la pauta interpretativa que contrapone la vivencia o praxis a la argumentación o gnosis, frente a un saber de alta complejidad, representado frecuentemente a través de símbolos y metáforas. En esta última definición cabe el concepto de hermenéutica, empleado actualmente en el ámbito de la filosofía para dar cuenta de las pautas o claves interpretativas que permiten asimilar el significado más profundo de un argumento dado.
La razón de ser de esta múltiple significación, radica en que sus enseñanzas fueron codificadas en una simbología de contenido altamente abstracto que se ajustaría más a las definiciones de la reciente disciplina denominada “semiótica”. Dichos conocimientos, que algunos consideran fundamento irrefutable de la ciencia moderna, también abarcan un amplio campo temático, que va desde la naturaleza física hasta el plano de la mente humana, la conciencia y el alma como conceptos metafísicos y trascendentales. Para la trasmisión de sus enseñanzas, el Hermetismo como “saber” (“Saber y conocer) se fundamente en un código “visual” – “imaginal”, que recoge y sintetiza esta “semiótica” antes referida, como un libro gráfico, compendio de tablas o páginas sueltas, que pueden ser agrupadas y sistematizadas a la luz de diversos criterios, y ajustarse a las necesidades cognoscitivas propias de los estados de conciencia que este mismo código integra y simboliza.
Este código, conocido como Tarot, libro de Tot o libro de la Rota o del Camino Real, posee una estructura numerológica que puede observarse a partir de siete principios herméticos. (Mentalismo, Correspondencia, Vibración, Polaridad, Causalidad, Ritmo y Género). Así desde la perspectiva monista, el Tarot como unidad de sentido es el relato lineal de la expansión de la conciencia hacia su testimonio siempre creciente y todo abarcador del atributo supremo del amor, como único fundamento constitutivo de la realidad. Desde la perspectiva dualista, esta realidad única del amor se vislumbra a través de la operatividad de dos fuerzas elementales, la contracción y la expansión. Desde la perspectiva trinitaria, la conciencia única del amor se vislumbra como temporalidad: antes, ahora y después. Desde la perspectiva cuaternaria el libro del Tarot integra los cuatro elementos alquímicos, fuego, tierra agua y aire; desde la perspectiva quíntuple a estos cuatro elementos se añade la conciencia volitiva humana. Desde la séxtuple se puede vislumbrar la división del libro del tarot entre los tres tipos de figuras principales, arcanos mayores, cortesanos y arcanos menores, añadiendo a cada una de estas partes la estructura dual correspondiente a la energía expansiva y la contractiva. Igualmente desde la perspectiva séptuple se pueden equipara las tres series de siete arcanos mayores, asociadas a los siete principios herméticos referidos y explicados en el libro conocido como Kybalión.
Desde los diez dígitos de los arcanos menores, propios de la numerología arábiga, heredera de este mismo saber, tanto como desde la epistemología elemental configurada por las características de las cuatro energías primordiales o estados físicos de la naturaleza, asociados a cada uno de los elementos referidos, mediante este contenido se construye la base de los conocimientos alquímicos devenidos en la ciencia moderna denominada “Química”, cuyo primer precedente y fundamento radica en estas enseñanzas herméticas.
Entre algunas corrientes de la filosofía moderna, algunos historiadores y antropólogos así como distinguidos y renombrados ocultistas, reconocen el saber hermético como origen de las ciencias y conocimientos modernos que van desde la geometría, las matemáticas, la alquimia, la astrología y la psicología. De entre estas últimos sobresalen las aportaciones de Yung y sus estudios sobre el Tarot y los arquetipos, así como posteriormente los trabajos de Crowley, Gurdjeff, Ichazo, Jodorowski, Takata, Castaneda, Oysho, Chopra, Coello, Cambpell, Elíade, Guenon, Corvin, Durand, Bachellard, Said, Hixon, Chittick, Muzafer, Násr, Nichols y Greene entre muchos otros.
Sin embargo, como referido anteriormente, debido al alto nivel de abstracción contenida en las enseñanzas herméticas, frecuentemente se han elaborado y difundido interpretaciones muy limitadas. Por esta misma razón es que su esencia apenas logró trascender las concepciones civilizatorias temporales y limitadas, primordialmente a través de su representación gráfica, visual. Esta cualidad de alta abstracción, traducida frecuentemente en ambigüedad interpretativa constituye su mal referido carácter de saber esotérico, que ha sido explicado como aquello que no puede ser comprendido abiertamente, sino que requiere una metodología o “clave interpretativa” para su desciframiento y comprensión, siendo esta clave trasmitida solo a aquellos que satisfacen ciertos requisitos, bajo la suposición de que solamente un núcleo cerrado es poseedor de dicha clave, la cual es trasmitida preferencial y discriminatoriamente a una élite, dispuesta a comprometerse a preservarla en absoluta confidencialidad, por lo cual su documentación y registro queda completamente vetado, siendo su trasmisión posible única y exclusivamente mediante la vía oral y memorística.
No obstante, a la luz de las doctrinas místicas el saber hermético se contrapone al sentido de exclusividad que desde la interpretación racionalista se asocia a las élites y cofradías cerradas, para concebirse su “comprensibilidad” más bien a través de un “hacer” o “praxis”, que constituiría una base “experiencial” que posibilita la correcta interpretación del referido saber altamente abstracto. Desde este punto de vista se hace más claro que las claves interpretativas del conocimiento simbólico requieren primeramente una vivencia antes que una inteligencia, es decir una experiencia antes que un argumento, lo que se ha referido como “praxis” que precede y fundamenta la “gnosis”. Así el Hermetismo evoca una múltiple significación que puede ser comprendida desde las humanidades modernas, en una triple acepción, como concepto, como categoría y como epistemología. El hermetismo como concepto constituye un ámbito de saber asociado a las enseñanzas del sabio Egipcio Hermes Trimegisto. Como categoría, el hermetismo integra al conjunto de conocimientos representados frecuentemente mediante una simbología abstracta cuya explicación oral se transmite restrictivamente entre miembros de agrupaciones de estudio o “cofradías” exclusivas, comprometidos con un código conductual determinado, asociado a un compromiso de preservar en secreto los conocimientos recibidos. Como epistemología, el hermetismo constituye la pauta interpretativa que contrapone la vivencia o praxis a la argumentación o gnosis, frente a un saber de alta complejidad, representado frecuentemente a través de símbolos y metáforas. En esta última definición cabe el concepto de hermenéutica, empleado actualmente en el ámbito de la filosofía para dar cuenta de las pautas o claves interpretativas que permiten asimilar el significado más profundo de un argumento dado.
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